miércoles, 18 de diciembre de 2013

"Él debe salvarla..."

Antes de nada, me gustaría comentar algunas cosas sobre esta novela on-line. No sé cuán a menudo escribiré nuevos capítulos. Depende del número de visitas y lecturas de las entradas, del tiempo del que disponga, y todos esos aburridos factores que engloba la "inspiración". Pero, fuera de todo eso, espero que disfrutes de la pequeña idea que he concebido, y más aún que te deje enganchado o enganchada para leer el siguiente capítulo.
Gracias por estar leyendo esto. Ahora... ¡Acción!
***

I
Última voluntad

La noche se le había echado encima en cuanto se había despistado un poco. Ahora, a Arick le tocaba llegar a casa a la carrera para que su padre no le echara la bronca. Siempre le pasaba igual; al salir de las clases de taekwondo, sus compañeros lo convencían para dar una vuelta o tomar algo. Y, cómo no, se le había pasado la hora. Además, con lo pronto que anochecía en invierno, la oscuridad se había hecho más consistente cuando apenas habían dado las siete de la tarde.
Aceleró el paso y comenzó a correr, dando grandes zancadas bajo la luz de las farolas de la ciudad. A los pocos minutos, su respiración ya comenzó a acelerarse. Se retiró el cabello rubio de los ojos y se ajustó bien la mochila a la espalda para que no dificultase mucho la tarea. Debía llegar cuanto antes, sin más distracciones.
Pero el bulto ensangrentado que había tirado en el suelo de la callejuela que acababa de dejar a su izquierda no le pasó desapercibido.
El chico frenó en seco y parpadeó un par de veces. Volvió sobre sus pasos, creyendo habérselo imaginado. Pero no, allí había algo. Se acercó con cautela, y entonces alcanzó a ver lo que había en la semioscuridad: una mujer de unos treinta años de edad yacía boca abajo sobre los adoquines, entre los que discurría la sangre, aún caliente. Arick retrocedió y ahogó un grito, con el miedo relampagueando en su profunda mirada azul. Era una imagen horripilante y turbadora. Se echó una mano al pecho, a punto de sufrir un ataque al corazón. Sentía cómo el pulso empezaba a temblarle. Quiso salir corriendo de allí, buscar ayuda, u olvidar lo que había pasado y dejarlo en una simple pesadilla, pero ni las piernas le respondían.
Respiró hondo y buscó algo de tranquilidad para reaccionar cuanto antes. Consiguió sacar el móvil de su bolsillo para llamar a una ambulancia. Marcó el teléfono, y alguien lo descolgó a los pocos segundos.
-112, ¿Qué desea?
-So-Socorro, he encontrado un cadáver, necesito ayuda... -Apenas lograba terminar las palabras que se le apelotonaban en la garganta e intentaban salir todas de una sola vez, ahogándolo.
-Tranquilícese. Díganos la calle, por favor.
-S-Sí, claro -respondió, mirando a su alrededor, buscando algún cartel con el nombre del callejón-, la Calle Olmeda número...
Sus palabras se vieron interrumpidas por un débil gemido que provenía del bulto. Arick se acercó de nuevo, dejando el móvil de lado y arrodillándose ante la mujer. Había sido tan tonto que se había olvidado de comprobar el pulso de aquella persona, por si las moscas.
La mujer, con el rostro contraído en una horrible mueca de dolor, se giró hacia él, haciendo un esfuerzo sobrehumano. El sudor frío se perlaba en gruesas gotas sobre su frente. El chico observó el charco de sangre negruzca que se había formado alrededor de ella y se encontró temblando violentamente al instante. No sabía cómo ayudarla.
Procedente del móvil se oía un leve "¿oiga?...", pero él no podía escucharlo en ese momento. Sólo sentía el latido de su corazón en las sienes.
La mujer respiraba entrecortadamente, y apenas pudo vocalizar las palabras que surgieron de su seca garganta:
-Por favor, sálvala... Escóndela... Huye del Sicario...
La última parte de la frase salió ya muerta por sus labios con su último suspiro. Arick vio cómo el brillo de la vida desaparecía como un soplo de sus ojos. Cogió su mano ensangrentada pero aún caliente y le buscó el pulso, en un intento desesperado de salvarla. Notaba su respiración demasiado acelerada, y el corazón le pedía salir de su pecho a fuertes pálpitos. Intentó incorporarla, despertarla o reanimarla. Pero nada podía hacer ya. La profunda puñalada que había entre sus costillas había acabado con su vida.
Estaba muerta.
Y él podría haber hecho algo para evitarlo.
Arick miró a todas partes, buscando algo o alguien con la mirada. Alguien que le pudiera ayudar. Pero allí no había nadie.
Cogió de nuevo el móvil. Habían colgado. Con las manos manchadas de sangre, intentó llamar de nuevo, sin separarse de la joven, pero no acertaba a los números en la pantalla táctil. Miró de nuevo el cuerpo de la mujer, ahora inerte, y algo lo sorprendió. Un resplandor azulado salió disparado del bulto bañado en sangre y pasó a través del pecho del chico, esfumándose al instante. Vio perfectamente cómo, en ese mismo momento, los grandes ojos plateados de una niña asustada lo traspasaban de parte a parte, introduciéndose en él y atravesando con un fuerte escalofrío su persona como si de aire se tratara. Se quedó paralizado. Un fuerte pinchazo atacó su diafragma, produciéndole un lacerante dolor cada vez que tomaba aire. Aquellos temerosos, suplicantes y desesperados ojos se grabaron en su memoria a fuego. Arick se dobló sobre sí mismo, con la mirada nublada de terror.
Cuando recuperó el aliento que le había faltado durante un instante que le pareció eterno, Arick se palpó el cuerpo, atónito. ¿Qué acababa de pasar? No sabía si la imaginación le había jugado una mala pasada. Eran demasiados acontecimientos para una sola noche.
Sintiéndose desfallecer por la tensión que se acumulaba en cada uno de sus músculos, logró mantener el equilibrio y se levantó, al sonido de las sirenas.
Y el silencio de la noche se vio roto por la estridente melodía que anunciaba el fin de otra vida.


Los padres de Arick llegaron al hospital. Él se encontraba en el amplio recibidor, sentado en una de las sillas y acurrucado bajo una manta, temblando. Su madre corrió hacia él. Lo abrazó tan fuerte que casi no dejaba respirar al chico. Pero lo agradeció. No había sido precisamente divertido ser testigo de la muerte de alguien. Aún recordaba la sangre por todas partes, el sudor frío, el corazón en la garganta... Y la luz que le traspasó el pecho. No podía darle explicación a aquello, aún no sabía si había sucedido de verdad o no.
-Ay, hijo mío, hijo mío... -Sollozaba su madre-. ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?
-Estoy bien, mamá -la tranquilizó él-, pero aquella chica, aquella pobre mujer... No pude hacer nada para ayudarla...
A Arick se le escapó una lágrima. Había sido horrible. No encontraba las palabras para describirlo. Aún estaba en estado de shock.
Aquella madrugada volvieron a casa. Por fortuna, Arick estaba bien. Pero había demasiadas preguntas que formular, y que, él lo sabía, nadie le podría contestar. ¿Qué quería la mujer que salvara el chico? ¿Acaso no se refería a ella? ¿Quién era ese Sicario? ¿No estaría delirando por la inminente muerte?
El sueño venció a la confusión que regía en su cabeza una vez aterrizó en la cama, a las luces del alba recién nacido.



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