Gracias por estar leyendo esto. Ahora... ¡Acción!
***
I
Última voluntad
La noche se le había echado encima en
cuanto se había despistado un poco. Ahora, a Arick le tocaba llegar
a casa a la carrera para que su padre no le echara la bronca. Siempre
le pasaba igual; al salir de las clases de taekwondo, sus compañeros
lo convencían para dar una vuelta o tomar algo. Y, cómo no, se le
había pasado la hora. Además, con lo pronto que anochecía en
invierno, la oscuridad se había hecho más consistente cuando apenas
habían dado las siete de la tarde.
Aceleró el paso y comenzó a correr,
dando grandes zancadas bajo la luz de las farolas de la ciudad. A los
pocos minutos, su respiración ya comenzó a acelerarse. Se retiró
el cabello rubio de los ojos y se ajustó bien la mochila a la
espalda para que no dificultase mucho la tarea. Debía llegar cuanto
antes, sin más distracciones.
Pero el bulto ensangrentado que había
tirado en el suelo de la callejuela que acababa de dejar a su
izquierda no le pasó desapercibido.
El chico frenó en seco y parpadeó un
par de veces. Volvió sobre sus pasos, creyendo habérselo imaginado.
Pero no, allí había algo. Se acercó con cautela, y entonces
alcanzó a ver lo que había en la semioscuridad: una mujer de unos
treinta años de edad yacía boca abajo sobre los adoquines, entre
los que discurría la sangre, aún caliente. Arick retrocedió y
ahogó un grito, con el miedo relampagueando en su profunda mirada
azul. Era una imagen horripilante y turbadora. Se echó una mano al
pecho, a punto de sufrir un ataque al corazón. Sentía cómo el
pulso empezaba a temblarle. Quiso salir corriendo de allí, buscar
ayuda, u olvidar lo que había pasado y dejarlo en una simple
pesadilla, pero ni las piernas le respondían.
Respiró hondo y buscó algo de
tranquilidad para reaccionar cuanto antes. Consiguió sacar el móvil
de su bolsillo para llamar a una ambulancia. Marcó el teléfono, y
alguien lo descolgó a los pocos segundos.
-112, ¿Qué desea?
-So-Socorro, he encontrado un cadáver,
necesito ayuda... -Apenas lograba terminar las palabras que se le
apelotonaban en la garganta e intentaban salir todas de una sola vez,
ahogándolo.
-Tranquilícese. Díganos la calle, por
favor.
-S-Sí, claro -respondió, mirando a su
alrededor, buscando algún cartel con el nombre del callejón-, la
Calle Olmeda número...
Sus palabras se vieron interrumpidas
por un débil gemido que provenía del bulto. Arick se acercó de
nuevo, dejando el móvil de lado y arrodillándose ante la mujer.
Había sido tan tonto que se había olvidado de comprobar el pulso de
aquella persona, por si las moscas.
La mujer, con el rostro contraído en
una horrible mueca de dolor, se giró hacia él, haciendo un esfuerzo
sobrehumano. El sudor frío se perlaba en gruesas gotas sobre su
frente. El chico observó el charco de sangre negruzca que se había
formado alrededor de ella y se encontró temblando violentamente al
instante. No sabía cómo ayudarla.
Procedente del móvil se oía un leve
"¿oiga?...", pero él no podía escucharlo en ese momento.
Sólo sentía el latido de su corazón en las sienes.
La mujer respiraba entrecortadamente, y
apenas pudo vocalizar las palabras que surgieron de su seca garganta:
-Por favor, sálvala... Escóndela...
Huye del Sicario...
La última parte de la frase salió ya
muerta por sus labios con su último suspiro. Arick vio cómo el
brillo de la vida desaparecía como un soplo de sus ojos. Cogió su
mano ensangrentada pero aún caliente y le buscó el pulso, en un
intento desesperado de salvarla. Notaba su respiración demasiado
acelerada, y el corazón le pedía salir de su pecho a fuertes
pálpitos. Intentó incorporarla, despertarla o reanimarla. Pero nada
podía hacer ya. La profunda puñalada que había entre sus costillas
había acabado con su vida.
Estaba muerta.
Y él podría haber hecho algo para
evitarlo.
Arick miró a todas partes, buscando
algo o alguien con la mirada. Alguien que le pudiera ayudar. Pero
allí no había nadie.
Cogió de nuevo el móvil. Habían
colgado. Con las manos manchadas de sangre, intentó llamar de nuevo,
sin separarse de la joven, pero no acertaba a los números en la
pantalla táctil. Miró de nuevo el cuerpo de la mujer, ahora inerte,
y algo lo sorprendió. Un resplandor azulado salió disparado del
bulto bañado en sangre y pasó a través del pecho del chico,
esfumándose al instante. Vio perfectamente cómo, en ese mismo
momento, los grandes ojos plateados de una niña asustada lo
traspasaban de parte a parte, introduciéndose en él y atravesando
con un fuerte escalofrío su persona como si de aire se tratara. Se
quedó paralizado. Un fuerte pinchazo atacó su diafragma,
produciéndole un lacerante dolor cada vez que tomaba aire. Aquellos
temerosos, suplicantes y desesperados ojos se grabaron en su memoria
a fuego. Arick se dobló sobre sí mismo, con la mirada nublada de
terror.
Cuando
recuperó el aliento que le había faltado durante un
instante que le pareció eterno, Arick se palpó el cuerpo,
atónito. ¿Qué acababa de pasar? No sabía si la imaginación le
había jugado una mala pasada. Eran demasiados acontecimientos para
una sola noche.
Sintiéndose desfallecer por la tensión
que se acumulaba en cada uno de sus músculos, logró mantener el
equilibrio y se levantó, al sonido de las sirenas.
Y el silencio de la noche se vio roto
por la estridente melodía que anunciaba el fin de otra vida.
Los padres de Arick llegaron al
hospital. Él se encontraba en el amplio recibidor, sentado en una de
las sillas y acurrucado bajo una manta, temblando. Su madre corrió
hacia él. Lo abrazó tan fuerte que casi no dejaba respirar al
chico. Pero lo agradeció. No había sido precisamente divertido ser
testigo de la muerte de alguien. Aún recordaba la sangre por todas
partes, el sudor frío, el corazón en la garganta... Y la luz que le
traspasó el pecho. No podía darle explicación a aquello, aún no
sabía si había sucedido de verdad o no.
-Ay, hijo mío, hijo mío... -Sollozaba
su madre-. ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?
-Estoy bien, mamá -la tranquilizó
él-, pero aquella chica, aquella pobre mujer... No pude hacer nada
para ayudarla...
A Arick se le escapó una lágrima.
Había sido horrible. No encontraba las palabras para describirlo.
Aún estaba en estado de shock.
Aquella madrugada
volvieron a casa. Por fortuna, Arick estaba bien. Pero había
demasiadas preguntas que formular, y que, él lo sabía, nadie le
podría contestar. ¿Qué quería la mujer que salvara el chico?
¿Acaso no se refería a ella? ¿Quién era ese Sicario? ¿No estaría
delirando por la inminente muerte?
El sueño venció a
la confusión que regía en su cabeza una vez aterrizó en la cama, a
las luces del alba recién nacido.
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